Cuando el 95% dice «llueve», abrí el paraguas
Opinión Raúl Hutin. Secretario de la Central de Entidades Empresarias Nacionales (CEEN).
El mundo está cambiando vertiginosamente. Dos factores concurrentes confluyen para que así se produzca: por un lado los cambios tecnológicos (lo avanzado de la inteligencia artificial en la sustitución de mano de obra) y, por otro, un hecho por demás relevante como es la guerra. Lo que ayer fue la guerra fría (occidente-países comunistas), hoy es por la supremacía del concepto occidental por sobre los países en vías de desarrollo y es a puro bombardeo y en una avanzada que nos debe obligar a recapacitar hacia dónde estamos yendo.
Argentina sigue en su plano inclinado sin fin. Ya nos olvidamos (o hacemos que) del crecimiento en “V”, o que en el segundo semestre íbamos a crecer “Como pedo de buzo”. Nada de eso ocurrió ni se visualiza que ocurrirá al menos en el año en curso. Por el contrario, los sectores productivos, tanto industriales como agropecuarios, estamos cada día más preocupados. Ya no se trata solo de las PYMES, que por cierto siempre llevamos la peor parte, la gran industria está cerrando definitivamente plantas que son indispensables para sus respectivas cadenas de valor. Un caso concreto de esto es DAW químical (único fabricante de polietileno) o el caso de Petroquímica Rio Tercero (única en insumos básicos para la fabricación de colchones de espuma).
Tampoco es menor la caída sin red de contención de la industria automotriz (-17,5% en 10 meses), o la publicitada productos minerales (-27,1 en el mismo periodo). El decrecimiento que tendrá la economía este año será de más del 4%. Esto es muy grave y marca a las claras el deterioro que está sufriendo el 95% de nuestra sociedad. Los motivos de que todo esto suceda se siguen acumulando día a día.
El poder adquisitivo viene deteriorándose permanentemente. Ejemplo: desde noviembre de 2.023 el retroceso a valor real para trabajadores privados es del 16,9%, mientras que para trabajadores estatales se eleva al 27,9%. Este factor sumado al de la pérdida del salario de los jubilados y pensionados (que oscila el 30%) da como resultado la pérdida de mercado interno que estamos sufriendo y que además es el 75% de nuestro PIB.
Otro de los factores de fuerte incidencia en la caída vertiginosa de nuestras industrias es la revaluación del peso a partir de una tablita tipo Martínez de Hoz que, en el mejor de los casos, marca una diferencia con la realidad del 50%. Esto sumado a las innumerables ventajas comparativas que se le está dando a los importadores (quita del 10% del impuesto país, de controles aduaneros, de valor criterio, de estampillado, de veedores que mandábamos desde nuestras cámaras, del achique en el plazo de cancelación a proveedores del exterior), hace que nuestra producción manufacturera sea sustituida por la de países foráneos.
Se suma a la pérdida de competitividad los aumentos desmedidos de las tarifas (tanto en energía eléctrica como en el gas) pese a que, teóricamente, alcanzamos el auto-abastecimiento energético. Todo trae aparejado que tuviéramos que abandonar los mercados de exportación, que sumado al brutal achicamiento del mercado interno da como colorario el cierre de 12.000 empresas, la ida del país de importantísimas multi-nacionales y que ya tengamos que lamentar el cierre de más de 250.000 de puestos de trabajo.
Mientras tanto la pobreza sigue en aumento (52,9%), la indigencia tomo una parte obscena de la sociedad (18,1%) donde una gran mayoría son niños (66,1%). Como empresarios tenemos la obligación de hacer la cuenta: costo-beneficio. Estamos pagando un altísimo costo como sociedad, como industria, como sector comercial. Y todavía no vemos el beneficio, la luz al final del túnel, los brotes verdes o el vaso derramado. Siempre nos corren el arco y siempre nos muestran la zanahoria adelante, pero tan adelante que nunca se llega a tomar.
Los empresarios PYMES de capital interno tenemos otra visión de país, integradora, equitativa, que permita a todos los habitantes no pasar hambre, con lo básico garantizado. Que a nadie le falte la medicación necesaria para la atención de su salud. Que la recuperación del salario real no sea solo un slogan de campaña, sino que efectivamente se lleve a la práctica. Esto tanto para trabajadores activos como para los pasivos. Que se respeten los derechos de todo individuo en lo económico, cultural y social como lo establece la carta de las Naciones Unidas y que suscribe nuestro país.
No solo se está entregando la soberanía de la Nación, el patrimonio de todos los argentinos, sino que se está hipotecando el futuro de nuestros hijos y nietos. Es hora de mostrar de qué madera estamos hechos y decidirnos a poner la casa de todos en orden. Ojalá no sea demasiado tarde.