Política y comunicación: ¿una construcción de la realidad?

La comunicación no es solo una transmisión de información, sino una red de significantes que estructura el deseo y la subjetividad. También es un proceso que configura la realidad social y ordena las relaciones de poder. En este marco, la memoria no es un simple archivo de hechos pasados, sino un campo de inscripción simbólica donde opera el efecto retroactivo: lo que recordamos y lo que queda olvidado también, está en constante resignificación según las condiciones del presente. La historia, entonces, no es un relato fijo, sino un espacio en disputa que determina posibilidades futuras.
¿Podría la política entenderse como una construcción discursiva que no solo nombra la realidad, sino que la produce e inscribe en la memoria colectiva?
¿Cuál es la relevancia de la comunicación política? Quizá no se trate solo de un campo de disputa de significados, sino también de recuerdos, marcas e inscripciones simbólicas.
Cabría preguntarse si el discurso, la comunicación política, organiza lo que el sujeto percibe como realidad. Si los medios de comunicación distorsionaran la información o respondieran a los intereses del poder, ¿podría la memoria social ser manipulada? En tal caso, ¿lo que se recuerda y lo que se olvida sería una operación discursiva? Si esto fuera así, el pueblo no solo recibiría información filtrada, sino que su propia historia podría ser reconfigurada a conveniencia. ¿Lo que queda inscripto en la memoria colectiva determinaría las futuras posibilidades de acción política?
Si la memoria no fuera un archivo neutro, sino un campo en disputa ¿los recuerdos individuales estarían mediados por estructuras sociales? ¿podría pensarse que la historia se reinscribe constantemente, resignificando el pasado a partir de las lógicas del presente? Si una narrativa política pudiera sostenerse en un significante fuerte, por ejemplo, “ajuste” (como sacrificio necesario para un futuro mejor) a qué desafíos enfrentara si ciertos hechos, como escándalos políticos o económicos, ¿socavaran la confianza en esos significantes?
¿Podría decirse que la manipulación mediática deja marcas en el tejido social, generando una memoria selectiva que favorece determinados intereses? Si la historia oficial fuera una construcción que busca fijar ciertos acontecimientos y borrar otros, ¿podría establecerse una huella simbólica que condicionara el presente? Desde esta perspectiva, ¿podría la opinión pública ser resultado de un juego de significantes orquestado por quienes tienen el poder de inscribir sentido en el lazo social?
Entonces, ¿sería posible recuperar una memoria política que no estuviera mediada por los intereses del poder? Si el lenguaje determinara nuestra percepción y si lo que recordamos estuviera estructurado por las narrativas dominantes, ¿habría posibilidad de una emancipación del discurso hegemónico? Quizá la respuesta radique en la reapropiación del relato, en la ruptura con las inscripciones impuestas y en la construcción de nuevas memorias que habiliten otras formas de lo político. Si el psicoanálisis enseña que aquello que se reprime siempre retorna, ¿podría la historia, negada o tergiversada, volver una y otra vez a interpelarnos?